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El Misterio de los Qualia
Si el milagro de la vida nos parece fascinante, ya que de la materia inerte puede surgir un ser capaz de valerse por sí mismo, de multiplicarse, respirar y alimentarse, no menos misterioso es el fenómeno de la consciencia que surge de un cerebro repleto de conexiones neuronales que transforma su frenética actividad eléctrica en pensamientos y que es capaz de comprender la idea de sí mismo.
Ser consciente de uno mismo es esa sensación íntima que nos hace presente en el mundo y que podemos definir como nuestro propio Yo. El cómo puede surgir esta experiencia tan transcendental e intangible de un escenario tan mecánico y complejo como el cerebro es uno de los grandes misterios de la ciencia y la filosofía.
El cerebro es un órgano fascinante y enigmático. Todo cuanto hacemos en nuestra vida es posible gracias a él. Contiene cien mil millones de neuronas, tantas como estrellas tiene la Vía Láctea, que se encargan de recibir, procesar y transmitir la información mediante señales químicas y eléctricas. Este pequeño órgano, que apenas llega al kilo y medio, regula funciones vitales como la temperatura, la respiración o el sueño. Procesa e interpreta la información que recibe de la vista, el oído, el tacto, el gusto o el olfato y controla actividades como caminar, hablar o correr.
¡¡¡Tantas neuronas como estrellas tiene la galaxia!!!
Sin embargo, ¿Qué sabemos de la mente?
A diferencia del cerebro no es un órgano que se pueda ver o tocar, ni contiene partes que se puedan clasificar, ni obedece a las leyes de la física. Ella hace posible nuestra conciencia y gracias a ella podemos percibir el mundo a nuestra manera, podemos imaginar, sentir y emocionarnos. Una de las características de nuestra consciencia son los qualia cuya explicación sigue siendo un misterio.
¿Pero qué es un qualia?
Imagina que observamos una mancha de sangre en el suelo, olemos a tierra mojada cuando empieza a llover, acariciamos a nuestro peludo gato, escuchamos el viento entre los árboles, saboreamos una tableta de chocolate… todas estas experiencias aportan qualia, es decir, sensaciones íntimas que no se pueden expresar con palabras porque no existe una descripción que pueda contener la sensación de dicha experiencia. Solo son posibles para la persona que los vive, por lo que no se puede acceder a ellos por terceras personas. Por ejemplo, nadie puede ver mi qualia rojo sangre, cada persona tendrá el suyo, pero nadie puede observarlo desde mi perspectiva interior, ni sentir lo que me hace sentir a mí, al menos que seas yo. La sensación que nos produce el color rojo sangre es diferente al que nos produce el color verde hierba lo que significa que cada experiencia de color aporta un qualia distinto.
¿Por qué los qualia son un misterio?
Los qualia parecen escapar a las explicaciones físicas. Esta idea fue defendida por el filósofo Frank Jackson mediante “El argumento del conocimiento” y para desarrollarlo propuso un experimento mental denominado “La habitación de Mary” que dice así:
Mary es una magnífica científica que vive encerrada en una habitación que está decorada completamente en blanco y negro: paredes, techo, muebles, cortinas, así como todo tipo de objetos que necesita para su día a día. Ella estudia el mundo a través de una pantalla que también es en blanco y negro. Pero curiosamente, su campo de investigación es la vista. Es experta en las frecuencias de ondas electromagnéticas del espectro visible y de la forma en que éstas son captadas por las células fotosensibles de los ojos y cómo son interpretadas por las células nerviosas dentro del cerebro. Sin embargo, paradójicamente nunca ha visto los colores de forma directa. Un día decide escapar de la habitación para ver el mundo. Si al hacerlo Mary descubre que los colores son algo nuevo para ella implicaría que la información física que posee sobre el color no es suficiente para tener una experiencia del color, tiene que verlo con sus propios ojos. Esto implica que el conocimiento físico, por sí solo, no puede explicar toda la información que aporta un qualia, es decir, que existe una parte de la realidad que no podría ser revelada tan solo estudiando su manifestación física.
¿Descubrirá Mary los colores por primera vez?
Otras preguntas que podemos hacernos sobre los qualia son:
¿Cómo sé que tú y yo vemos los colores de la misma forma? ¿Y si para ti el color rojo sangre fuera como para mí el color verde hierba? ¿Cómo podríamos saberlo si los qualia solo se experimentan en primera persona?
Este es el argumento del «espectro invertido» y se remonta a John Locke. Si una persona desde su nacimiento experimenta los colores invertidos (sin tener ningún problema físico), pero cuando le ensañaron a nombrarlos aprendió que era rojo lo que él veía verde y viceversa, no tendría ningún problema en la vida y podría pasar completamente desapercibido, aunque experimentara el mundo de forma distinta al resto no se daría cuenta. Si esto fuera posible, sería un argumento más a favor de que la mente humana escapa a las explicaciones físicas.
Tanto para el “argumento del conocimiento” como para el “argumento del espectro invertido” existen un largo debate donde buena parte de la comunidad científica posee posturas enfrentadas, especialmente si proceden del reduccionismo materialista o el fisicalismo, como veremos en la siguiente entrada.
Referencias:
– “Experimento mental: María la supercientífica”. Sólo es ciencia
– “Qualia, Qualia, Qualia”. David Villena Saldaña. Escritura y Pensamiento. Nº39, 2016
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¿Zombis o Fantasmas? I
La ciencia ficción y los poshumanistas nos muestran un futuro repleto de situaciones extraordinarias e inquietantes. Mediante el teletransporte podremos viajar de forma inmediata a cualquier parte de la galaxia, al mejor estilo de “Star Trek”. Gracias a la ingeniería inversa, todos los secretos del cerebro humano serán desvelados y se podrán construir computadoras con conciencia de sí mismas como le sucede al ordenador “HAL 9000” en “2001, Odisea del Espacio”.
Incluso llegarán a ser tan extraordinariamente inteligentes que tendrá un conocimiento prácticamente omnisciente, con el peligro de que puedan volverse contra la humanidad como se plantea en “Matrix” o “Terminator”. También vaticinan que las personas se fusionarán con las inteligencias artificiales como en el manga “Ghost in the Shell” e incluso les transferirán su mente, como si de un conjunto de archivos informáticos se tratara y, gracias a ello, se podrá vivir para siempre sin necesidad de soporte biológico alguno, como sugiere la serie de televisión “Upload”.
¿Pero qué tanto de verdad puede haber en esta visión de futuro?
Desde la perspectiva de hoy en día, todo resulta pura ficción, pero cuando pasen cien o doscientos años… ¿nos acercaremos a ese escenario o simplemente hablamos de hechos imposibles por más que avancen la ciencia y la tecnología? Si el desarrollo tecnológico nos permitiera fabricar un cerebro humano ¿se podría crear la mente de una persona?
Y si pudiera hacerse ¿significaría que somos meros robots y que lo que llamamos “conciencia de nosotros mismos” es tan sólo la respuesta al funcionamiento del cerebro? ¿es nuestra idea del “yo” falsa? ¿es nuestra existencia un fraude? Y si todo es tan previsible ¿poseemos libre albedrío?
Para responder a estas preguntas vamos a ver algunas explicaciones que se han dado en este antiguo debate sobre la naturaleza de la conciencia, pero ya os adelanto que, hoy por hoy, ni la ciencia ni la filosofía puede dar respuesta a este misterio.
Solo el futuro nos dirá que bando ha ganado esta fascinante disputa
Descartes creía que la mente y el cerebro eran dos entes independientes que podían existir por separado. Uno de origen espiritual y otro de origen material. Este pensamiento dualista ya nos advierte que, si una parte de la realidad no es material, no podrá ser replicada. Para Descartes la existencia de la mente era menos dudosa que la existencia del cuerpo: “Pienso, luego existo”. Sin embargo, no se puede comprender cómo el cuerpo que es físico podía influir sobre la mente que no lo es. Este problema condujo al filósofo Gilbert Ryle a definirlo como “El fantasma de la máquina” al preguntarse cómo podía el “fantasma” pensante mover la “máquina” del cuerpo.
El fantasma en la máquina
Más próximo a nuestros días, el Nobel de Medicina John Eccles no creía que el cerebro fuera la causa de la conciencia, ni de las actividades de ésta. Basándose en la teoría del filósofo Karl Popper dividió la existencia en 3 mundos: uno para los objetos, otro para la mente y otro para las creaciones de ésta, como la ciencia, el lenguaje o el arte.
Aunque nuestro cerebro recibe la información de los sentidos sólo percibimos nuestro entorno cuando llega a nuestra mente. Ésta, a su vez, actúa sobre los procesos cerebrales, como cuando deseamos coger un objeto y el cerebro obedece transmitiendo la orden de movimiento a los músculos. Eccles denominó esta explicación como dualismo interaccionista. Si esta teoría fuera cierta sería imposible construir un robot consciente, ya que al replicar el cerebro humano penetraríamos tan solo en el mundo material y no en el de la mente.
Pero, no todos los pensadores están de acuerdo con esta idea dualista de mente y cuerpo. Hay quienes creen que sólo existe la mente (idealistas) y otros que creen tan sólo existe el cerebro y que cuando lo conozcamos del todo encontraremos todas las respuestas (fisicalistas). Este último enfoque encajaría completamente con un futuro de robots autoconcientes. Vamos a echar un breve vistazo a algunos ejemplos de estas teorías.
Para el idealismo subjetivo la realidad es una construcción de nuestra mente, los objetos no tienen existencia si no somos conscientes de ellos. Una versión extrema de esta idea es el solipsismo del que ya hablamos en “Yo pienso, luego tú existes”. En su versión moderada, la realidad es matizada por la mente de forma que cada individuo tendría una visión particular del mundo según piensa y siente, es decir: «… todo es según del color del cristal con que se mira». El obispo Berkeley es un representante del idealismo. Como vemos esta idea se aleja absolutamente de la posibilidad de réplicas mentales.
Para el fisicalismo todo cuanto existe es materia, por lo que se opone totalmente al idealismo. Como toda la realidad puede explicarse por las leyes de la física, la conciencia también puede ser explicada por ella. El neurocientífico Francis Crick, premio Nobel de Medicina opina que:
“Todas nuestras alegrías y sufrimientos, nuestras ambiciones y memorias, el sentido de nuestra identidad y de nuestro libre albedrío, no son más que el funcionamiento de amplias redes neuronales y de las moléculas asociadas a estas conexiones neuronales”
Para el filósofo Daniel Dennet la mente es solo una máquina formada por los “robots” minúsculos que son las neuronas. La conciencia es real, pero tan real como lo puede ser la pantalla de un móvil a la que creemos someter cuando pulsamos sus iconos y pensamos que dominamos su hardware, pero en el fondo tan solo contribuimos a la actividad interna del propio móvil. Es lo que los expertos denominan la “ilusión del usuario”.
El ser humano cree que la conciencia es importante, pero tan solo es la “ilusión” del usuario del cerebro. Para estos teóricos, sería compatible la llegada de una tecnología que pudiera replicar la conciencia humana, pues todo es cuestión de desentrañar todos los secretos del cerebro que es la clave. La conciencia no encierra nada “sobrenatural” que no pueda ser replicado.
En contra del fisicalismo, el filósofo David Chalmers propuso un experimento mental denominado “zombi filosófico”. En esta ocasión, el zombi tiene el mismo aspecto que un ser humano, es decir, no es como lo pintan en las películas, ya que no se les va cayendo la piel putrefacta ni nada de eso, pero carecen de conciencia. No poseen qualia, concepto que ya vimos en la entrada “El misterio de los qualia”. Si algún humano intentara hacerles daño, al estilo “The Walking Dead” es muy posible que gritaran y si resistieran con un gesto de dolor, pero no tendrían una experiencia subjetiva de dolor real, reaccionarían así tal vez porque así lo hacen quienes sienten dolor de verdad, una costumbre, pero por dentro estarían «muertos».
No sería como «The Walking Dead», no
Chalmers compone un mundo zombi completamente indistinguible del mundo humano, pero donde sus habitantes no pueden desarrollar conciencia ya que no son capaces de sentir. Con este experimento intenta demostrar que la conciencia no se puede reducir a lo material, ni hacer un paralelismo entre el funcionamiento de la mente y del cerebro, de ser así el mundo estaría lleno de “zombis”. Con la explicación física podemos entender la estructura y determinadas funciones cerebrales, pero no por qué éstas dan origen a la conciencia. Su postura se ubica en el dualismo de propiedades que defiende que, aunque la conciencia existe en el mundo físico, las experiencias conscientes o subjetivas existen en un plano diferente.
¿Significa por ello que no podemos llegar a tener nunca un conocimiento completo de la realidad?
No necesariamente, puede que la solución se encuentre en una nueva teoría física, en unas posibles leyes psicofísicas, aún por descubrir.
Esto no acaba aquí, sígueme a la segunda parte
Referencias:
-«Del problema mente-cuerpo al problema mente-cerebro». Pascual F. Martinez-Freire. Universidad de Málaga
–La ciencia de la relación entre mente y cerebro
–¿Es nuestra consciencia simplemente una ilusión?
–Los zombis filosóficos: un experimento mental acerca de la consciencia
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¿Zombis o Fantasmas? II
La física cuántica también ha aportado su granito de arena a la explicación sobre la consciencia. Una propuesta muy interesante viene de la mano del físico Roger Penrose y el anestesista Stuart Hameroff. Penrose sostiene que la relatividad general se puede llevar a escala muy pequeña. Al igual que una gran masa puede causar una curvatura del espacio-tiempo, las partículas cuánticas que se encuentran en dos lugares al mismo tiempo (superposición) pueden crear entre ellas una pequeña cantidad de curvatura resultando una bifurcación en la geometría del espacio-tiempo que se auto-colapsa hacia una curva u otra.
Si para la “interpretación de Copenhague” la medida produce el colapso de la función de onda y para Von Neumann es necesario que exista un “observador” externo al sistema que escape al comportamiento de la mecánica cuántica, para Penrose la superposición cuántica también puede ser colapsada mediante la observación consciente, pero el problema surge cuando el sistema en superposición no puede ser observado desde fuera como la actividad cuántica que se produce dentro del cerebro. En ese caso, explica que al encontrarse el espacio-tiempo también en superposición se auto-colapsa al existir una diferencia de energía superior a un quantum de gravedad (gravitón), es decir, se produce por una cuestión física (objetiva). Cuando esto sucede surge la conciencia, por tanto, la conciencia no causa el colapso de la onda, sino que la conciencia es el colapso de la función de onda. Para llevar esta explicación al cerebro contó con la colaboración de Hameroff elaborando la teoría de la “Reducción Objetiva Orquestada”.
Se había observado que la anestesia desconectaba la mente porque interaccionaba con una proteína de los microtúbulos denominada tubulina. Los microtúbulos son unas estructuras que se encuentran en las neuronas con un tamaño de 25 nanómetros de diámetro y un milímetro de longitud formadas por dímeros de la proteína tubulina dispuesta en 13 columnas. Los dímeros están formado por dos subunidades (alfa y beta) que puede tener dos configuraciones geométricas distintas dependiendo de que el electrón situado entre ambas se desplace hacia una u otra posición. La tubulina se encuentra en superposición cuántica en esos dos estados y se comporta de forma activa e inactiva como si fueran bits informáticos equivalentes a 1 y 0. En estado normal se encontrarían en “entrelazamiento cuántico” formando “qubits”. Cada qubit es un dímero de tubulina. Los cambios de estado de las tubulinas se propagan un millón de veces más rápido que las señales neuronales.
Cada neurona posee 10 millones de unidades de tubulina y existen cien mil millones de neuronas en el cerebro. Cuando se llega a un nivel determinado de coherencia en el microtúbulo (existe coherencia mientras dura la superposición) el desplazamiento de estas proteínas provoca un incremento de energía superior al gravitón, produciéndose la reducción objetiva, es decir, el colapso de la onda cuántica y reduciéndose los múltiples estados conscientes posibles a uno solo que sería el responsable de producir los qualia. Entre la fase de reducción y la de nuevo incremento de coherencia cuántica surge la conciencia. La conciencia es pues discontinua, pero al igual que los fotogramas de una película, nos parece continua por la rapidez con la que suceden, unas 40 veces por segundo.
A pesar de la similitud entre cerebro y computadora, Penrose defiende que la actividad mental no puede reducirse a la computación, es decir, que no puede ser reproducida por un ordenador.
Hameroff opina que cuando el corazón deja de latir y la sangre deja de fluir, los microtúbulos pierden sus estados cuánticos, pero la información cuántica que reside en ellos no se destruye, sino que se disipa en el universo. Si un paciente no es resucitado y muere, esta información podría existir fuera del cuerpo indefinidamente, como si fuera algo parecido al alma. La teoría de la “Reducción Objetiva Orquestada” se basa en la creencia de que dentro de la geometría cuántica del espacio-tiempo a escala de Planck y desde el big bang existe una especie de conciencia (protoconciencia). La actividad cuántica de los microtúbulos es la que permite la conexión con esta protoconciencia. Este enfoque se puede encuadrar dentro de un pansiquismo especial, pues defiende que la conciencia forma parte del universo en su nivel más pequeño y primordial posible.
¿Pero qué es el pansiquismo?
Para esta creencia hasta las partículas elementales que existen a nivel microscópico poseen propiedades mentales, pues considera que la mente es un elemento fundamental y omnipresente de todo el universo. No se trata, por ejemplo, de que una piedra posea una mente, sino que las partículas elementales que forman la piedra a nivel microscópico la poseen.
Y cuando se habla de mente hay que distinguir entre pensamiento y conciencia. La conciencia está relacionada con la experiencia, es decir, la capacidad de percibir el mundo y sentirse vivo. Los seres humanos poseemos una experiencia rica y compleja, pero a medida que la comparamos con los animales y las plantas se va perdiendo complejidad hasta llegar a los componentes básicos de la realidad (electrones, quark…) cuya experiencia sería extremadamente básica. Por otro lado, el pensamiento al ser mucho más sofisticado que la conciencia se duda que se pueda atribuir a las partículas elementales. Por tanto, no, no es posible que un electrón pueda tener esperanzas o sueños. La principal crítica se hace al pansiquismo es cómo estas partículas diminutas y simples de conciencia se combinan para formar una conciencia más compleja.
La forma más simple de conseguir leyes fundamentales que relacionen el pensamiento con la física es vinculando la consciencia a la información, es decir, siempre que existe procesamiento de información existe consciencia. Cuanto más complejo sea dicho sistema, como el de un ser humano, más compleja será la consciencia (Existe una forma matemática de medir de saber si un sistema es consciente mediante la “Teoría integrada de la información” de la que hablaremos en la siguiente entrada).
¿Se podría saber entonces si es consciente el cosmos en su conjunto?
Desde esta perspectiva lo que sí se podría afirmar es que existe consciencia en las computadoras pues éstas poseen un proceso de información complejo e integrado y cuanto más sofisticadas se vuelvan más compleja será su consciencia.
Referencias:
– Una exploración de la conciencia cuántica. (Entrevista con Stuart Hameroff) Tom Huston y Joel Pitney . EnlightenNex, número 46 (2010)
– La posibilidad de una “neurociencia cuántica” según Roger Penrose. Desiderio Parrilla Martínez THÉMATA. Revista de Filosofía Nº 54, julio-diciembre (2016)
– Somos fragmentos de naturaleza arrastrados por sus leyes. Martín López Corredoira
– Roger Penrose y la biofísica cuántica de la mente. Joaquín González Álvarez. H Enciclopedia
– Aspectos biosemióticos de la conciencia. Oscar Castro García. Pensamiento, vol. 62 (2006), núm. 234
– Nuevas teorías sobre la consciencia. Javier Andrés García Castro. Neurobiología. Revista Electrónica
– Panpsychism.Stanford Encyclopedia of Philosophy
– Panpsiquismo: cómo es la teoría de que todo, desde una roca hasta una casa… BBC News Mundo
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La Libertad Encadenada I
¿Te has planteado alguna vez si eres realmente libre? ¿Si todo cuanto deseas, decides o haces es producto únicamente de tu voluntad? En otras palabras…
¿Existe el libre albedrío?
Nos encontramos, de nuevo, ante un legendario debate filosófico con muchos siglos de historia y crucial para la filosofía y la ciencia.
¿Pero, qué es el libre albedrío?El libre albedrío es poder elegir y tomar decisiones guiados por nuestra propia voluntad. Esta definición no es para nada “inofensiva” porque no sabemos si cuando elegimos lo hacemos realmente guiados por ella, aunque nos parezca que sí, que lo hacemos.
Como en todos los debates, existen varias posturas respecto a su existencia, la división más importante se produce entre el compatibilismo y el incompatibilismo. Este último defiende que el libre albedrío y el determinismo no pueden existir al mismo tiempo, si existe uno no puede existir el otro.
El determinismo considera que todo lo que sucederá será inevitable, que solo existe un futuro y que no se puede hacer nada para cambiar aquello que se decide o se hace. Esto lo hemos visto en la entrada “La Ilusión Persistente II” cuando hablábamos sobre el eternalismo y la visión del universo como un libro donde todo lo que está escrito es lo que existe y conduce necesariamente a un único final.
Para los deterministas basta con las leyes de la física y la química para justificar el funcionamiento del cerebro, así como, sus propiedades superiores incluidos el libre albedrío o la consciencia, aunque todavía no se pueda saber cómo.
El neurólogo Benjamin Libet realizó un experimento en los años ochenta para conocer cuánto tiempo tardaba en producirse el movimiento de un dedo desde que se tiene el deseo consciente de moverlo. Para ello, tuvo en cuenta que antes de dicho movimiento tiene lugar en el cerebro una actividad eléctrica detectable denominada “potencial de disposición” que se empieza a producir 550 milisengundos antes y que puede medirse con electrodos. El experimento le permitió averiguar que la decisión consciente de mover un dedo se producía sólo 200 milisegundos antes, es decir, 350 milisegundos después de comenzar el “potencial de disposición”, lo que parecía indicar que el cerebro había tomado la decisión de mover el dedo por su cuenta, antes de que nosotros decidiéramos hacerlo. ¿Dónde deja este experimento la existencia del libre albedrío si ni siquiera el mover un simple dedo es producto de nuestra verdadera voluntad?
Si el mundo fuera exclusivamente el resultado del cumplimiento de las leyes de la física clásica, no tendríamos libre albedrío. Esta idea la ilustró muy bien Laplace con su “demonio”, un personaje imaginario que conoce las propiedades iniciales de todos los átomos del universo de tal manera que aplicando las leyes de la naturaleza podría adivinar lo que sucederá en el futuro, incluso la actividad de los seres humanos.
Así pues, eligiéramos lo que eligiéramos estaríamos influidos por factores encadenados que se establecieron antes de que tomáramos una decisión como, por ejemplo, la genética, el entorno o la educación recibida. Y algo de determinista tiene la realidad cuando las leyes de la ciencia pueden explicar y predecir cómo se comportan desde las estrellas de una galaxia lejana hasta las bacterias en una charca cercana.
Sin embargo, creer en el determinismo plantea una problema filosófico ya que elimina la responsabilidad moral, puesto que una persona solo puede ser moralmente responsable de sus acciones si puede actuar de manera distinta a como lo hace. Pero, como para el determinismo todo está condicionado a determinados factores preestablecidos, la idea de poder actuar libremente es solo ilusoria.Otro enfoque sobre el libre albedrío es el libertarismo que además de creer en su existencia, lo considera incompatible con el determinismo. Defiende que el futuro no está escrito y que para cada decisión que se tome existen distintas posibilidades. Esta idea es similar a la que vimos en “La Ilusión Persistente III” con respecto al posibilismo. Una manera de entender la naturaleza del tiempo que considera que el futuro es cambiante, que está por hacer. Para poder justificar la existencia del libre albedrío, algunos creen que la ciencia no puede explicar el mundo en su totalidad y otros piensan que el problema está en la ciencia newtoniana.
Y es que sucede que no todo se puede establecer de antemano. Como vimos en la entrada “¿Alguien ha visto un lindo gatito?” en el mundo cuántico cuando los objetos no se observan se comportan conforme la ecuación de Schrördinger, existiendo en todos los estados cuánticos a la vez, pero cuando se observan sólo adoptan un único estado que depende del azar, es decir, que no está predeterminado, entonces ¿habría sitio en el mundo cuántico para el libre albedrío? Eddington, Penrose, Eccles, Stapp, Zeilinger, entre otros, han defendido esta posibilidad.
Penrose considera que la consciencia de los seres humanos es en parte no-algorítmica, es decir, que no utiliza una secuencia de pasos definidos para su funcionamiento, por lo que no puede reproducirse en un ordenador. La explicación física para que actúe así se encuentra en el proceso de reducción de una superposición de estados cuánticos a uno solo mediante la “reducción objetiva” explicación que ya vimos en la entrada “¿Zombis o Fantasmas? II”. El neurofisiólogo John Eccles defiende una interpretación dualista donde mente y materia interactúan. Considera que las dendritas de las neuronas del neocórtex cerebral se agrupan en racimos denominados “dendrones” que terminan en un botón sináptico. Cada uno de ellos contiene una gran cantidad de vesículas con miles de neurotransmisores en su interior que son liberados cuando llega una señal eléctrica. La probabilidad de que suceda es del 25% y depende del indeterminismo cuántico. Eccles piensa que la mente puede cambiar esta probabilidad produciendo posibilidades alternativas y el “yo” podría gobernar los procesos relativos al control de las decisiones y la creación de intenciones.
Para el filósofo Ted Honderich no existe correlación entre la mecánica cuántica y el libre albedrío porque los sucesos cuánticos ocurren por azar por lo que no se puede hacer responsable a nadie de las decisiones que se tomen. Y es que, si el mundo cuántico nos muestra que los sucesos no dependen de causas predeterminadas, lo que quedaría entonces, sería el azar. Pero, si nuestras decisiones fuesen producto de la suerte ¿se puede considerar que somos libres?
(Sígueme a la segunda parte)
Referencias:
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La Libertad Encadenada II
Quienes argumentan en contra de los libertaristas exponen el “Argumento de la Suerte” que se podría versionar así:
Un juez tiene que decidir si enviar a un acusado a prisión preventiva o dejarlo en libertad. Tras reflexionar entre ambas opciones decide ponerlo en libertad. Si como los libertaristas opinan, para que la decisión del juez sea realmente libre no debe estar determinada, circunstancias como los rasgos de su carácter, sus valores morales y estados mentales deben ser las mismas en un mundo donde decide poner al acusado en libertad, y en otro donde decide enviarlo a prisión. Al no existir diferencia entre ambas situaciones, la decisión del juez es una cuestión de suerte o azar y, como éstos no pueden controlarse, la decisión que toma no es libre.
Sin embargo, los libertaristas pueden defenderse de este argumento considerando que la decisión del juez no es como lanzar una moneda al aire (que sería un verdadero suceso azaroso), porque en el caso de la moneda no se puede controlar si saldrá cara o cruz, pero en el caso del juez sí está en sus manos y en su control la decisión sobre el acusado.
Eccles recurre al dualismo para defenderse de argumento de la suerte, apelando a un yo consciente, espiritual y distinto al cerebro que sería quien tomara la libre decisión.
Mediando entre el libre albedrío y el determinismo se encuentra el compatibilismo, llamado así porque considera que ambos son compatibles entre sí, porque, aunque nuestras causas puedan estar determinadas, podemos ser libres. Es decir, aunque la herencia genética, la educación o el entorno influyan en nuestras decisiones, no es necesario controlar esas causas para ser libres.
Y es que, para que una acción sea libre no tiene que carecer de una causa, sino de coacción. Causalidad no es lo mismo que coacción. Si una acción está causada por nuestros deseos puede ser libre.
El compatibilismo tiene su origen en Aristóteles. Más tarde Tomás de Aquino defendió esta idea porque si las personas no pudieran actuar de forma distinta, el concepto del pecado sería inconsistente. El compatibilismo clásico se debe a pensadores como Hobbes o Hume. Sin embargo, esta postura se aproxima más a la libertad de acción que a la libertad de voluntad. Actuamos libremente cuando no tenemos obstáculos para realizar nuestros fines y propósitos, y tenemos voluntad libre cuando somos nosotros mismos quienes creamos esos fines y propósitos. Así, por ejemplo, cuando un drogadicto que no quiere serlo toma drogas, lo hace porque quiere hacerlo y, por tanto, según el compatibilismo clásico sería libre, sin embargo, no lo hace siguiendo su voluntad.
Refinando el compatibilismo clásico el filósofo Harry Frankfurt defiende que la voluntad libre es el poder actuar por un deseo con el que la persona se identifica y quiere actuar. Se trata de un deseo reflexivo no sobre la acción, sino sobre la voluntad. La persona quiere que el deseo de realizar algo sea el que le mueva a actuar por encima de otras inclinaciones.
Frankfurt sostiene además que, para que una persona sea moralmente responsable, no es necesario el haber tenido la oportunidad de haber actuado de otro modo. Esto se conoce como el principio de posibilidades alternativas (PPA)
Como expusimos en la primera entrada, el determinismo elimina la responsabilidad moral, puesto que una persona solo puede ser moralmente responsable de sus acciones si puede actuar de manera distinta a como lo hace. El PPA defiende que una persona solo podía haber hecho lo contrario si el determinismo es falso y, por tanto, solo es responsable de su acción si éste lo es.
Los compatibilistas piensan que una persona puede poseer libre albedrío incluso si el determinismo es verdadero. Veamos un ejemplo:
Jones quiere matar a Smith. Black es un neurocirujano que quiere que Jones lo haga y para asegurarse le ha implantado en el cerebro, sin que él lo sepa, un dispositivo que le permite acceder a su proceso de deliberación. Si Black advierte que la decisión que va a tomar Jones es de no matar a Smith, puede mediante un botón especial forzarle a cambiar de decisión y matarlo. Si, por el contrario, advierte que, si decide matarlo, no intervendrá. Al final, Jones delibera y decide por sus propios motivos matar a Smith.
Para Frankfurt, Jones tendrá la misma responsabilidad por haberlo matado que si Black no le hubiera puesto el dispositivo en el cerebro. Es irrazonable excusar a Jones apelando a que no pudo haber actuado de otro modo, puesto que esto no fue decisivo para que lo matara, por lo que considera que el PPA es falso.Como se puede ver, el debate entre compatibilismo e incompatibilismo no está cerrado, por lo que la existencia del libre albedrío sigue siendo otro gran misterio por resolver.
Referencias:
- Indeterminación cuántica, libertad y responsabilidad
- Reflexiones de un científico cuántico sobre el libre albedrío
- SEFA. Sociedad Española de Filosofía Analítica
- Relevancia de los experimentos de Benjamin Libet y de John-Dylan Hayles para el debate en torno a la libertad humana de decisión. Thémata. Revista de Filosofía. Número 41
- Mecánica cuántica y libre albedrío: una aproximación basada en cinco cuestiones de Kane. José Manuel Muñoz. UNED.
- Alternativas, responsabilidad y respuesta a razones. Carlos J. Moya
- Wikipedia. Casos de Frankfurt