¿Te has planteado alguna vez si eres realmente libre? ¿Si todo cuanto deseas, decides o haces es producto únicamente de tu voluntad? En otras palabras…
¿Existe el libre albedrío?
Nos encontramos, de nuevo, ante un legendario debate filosófico con muchos siglos de historia y crucial para la filosofía y la ciencia.
¿Pero, qué es el libre albedrío?
El libre albedrío es poder elegir y tomar decisiones guiados por nuestra propia voluntad. Esta definición no es para nada “inofensiva” porque no sabemos si cuando elegimos lo hacemos realmente guiados por ella, aunque nos parezca que sí, que lo hacemos.
Como en todos los debates, existen varias posturas respecto a su existencia, la división más importante se produce entre el compatibilismo y el incompatibilismo. Este último defiende que el libre albedrío y el determinismo no pueden existir al mismo tiempo, si existe uno no puede existir el otro.
El determinismo considera que todo lo que sucederá será inevitable, que solo existe un futuro y que no se puede hacer nada para cambiar aquello que se decide o se hace. Esto lo hemos visto en la entrada “La Ilusión Persistente II” cuando hablábamos sobre el eternalismo y la visión del universo como un libro donde todo lo que está escrito es lo que existe y conduce necesariamente a un único final.

Para los deterministas basta con las leyes de la física y la química para justificar el funcionamiento del cerebro, así como, sus propiedades superiores incluidos el libre albedrío o la consciencia, aunque todavía no se pueda saber cómo.
El neurólogo Benjamin Libet realizó un experimento en los años ochenta para conocer cuánto tiempo tardaba en producirse el movimiento de un dedo desde que se tiene el deseo consciente de moverlo. Para ello, tuvo en cuenta que antes de dicho movimiento tiene lugar en el cerebro una actividad eléctrica detectable denominada “potencial de disposición” que se empieza a producir 550 milisengundos antes y que puede medirse con electrodos. El experimento le permitió averiguar que la decisión consciente de mover un dedo se producía sólo 200 milisegundos antes, es decir, 350 milisegundos después de comenzar el “potencial de disposición”, lo que parecía indicar que el cerebro había tomado la decisión de mover el dedo por su cuenta, antes de que nosotros decidiéramos hacerlo. ¿Dónde deja este experimento la existencia del libre albedrío si ni siquiera el mover un simple dedo es producto de nuestra verdadera voluntad?

Si el mundo fuera exclusivamente el resultado del cumplimiento de las leyes de la física clásica, no tendríamos libre albedrío. Esta idea la ilustró muy bien Laplace con su “demonio”, un personaje imaginario que conoce las propiedades iniciales de todos los átomos del universo de tal manera que aplicando las leyes de la naturaleza podría adivinar lo que sucederá en el futuro, incluso la actividad de los seres humanos.
Así pues, eligiéramos lo que eligiéramos estaríamos influidos por factores encadenados que se establecieron antes de que tomáramos una decisión como, por ejemplo, la genética, el entorno o la educación recibida. Y algo de determinista tiene la realidad cuando las leyes de la ciencia pueden explicar y predecir cómo se comportan desde las estrellas de una galaxia lejana hasta las bacterias en una charca cercana.

Sin embargo, creer en el determinismo plantea una problema filosófico ya que elimina la responsabilidad moral, puesto que una persona solo puede ser moralmente responsable de sus acciones si puede actuar de manera distinta a como lo hace. Pero, como para el determinismo todo está condicionado a determinados factores preestablecidos, la idea de poder actuar libremente es solo ilusoria.
Otro enfoque sobre el libre albedrío es el libertarismo que además de creer en su existencia, lo considera incompatible con el determinismo. Defiende que el futuro no está escrito y que para cada decisión que se tome existen distintas posibilidades. Esta idea es similar a la que vimos en “La Ilusión Persistente III” con respecto al posibilismo. Una manera de entender la naturaleza del tiempo que considera que el futuro es cambiante, que está por hacer. Para poder justificar la existencia del libre albedrío, algunos creen que la ciencia no puede explicar el mundo en su totalidad y otros piensan que el problema está en la ciencia newtoniana.
Y es que sucede que no todo se puede establecer de antemano. Como vimos en la entrada “¿Alguien ha visto un lindo gatito?” en el mundo cuántico cuando los objetos no se observan se comportan conforme la ecuación de Schrördinger, existiendo en todos los estados cuánticos a la vez, pero cuando se observan sólo adoptan un único estado que depende del azar, es decir, que no está predeterminado, entonces ¿habría sitio en el mundo cuántico para el libre albedrío? Eddington, Penrose, Eccles, Stapp, Zeilinger, entre otros, han defendido esta posibilidad.

Penrose considera que la consciencia de los seres humanos es en parte no-algorítmica, es decir, que no utiliza una secuencia de pasos definidos para su funcionamiento, por lo que no puede reproducirse en un ordenador. La explicación física para que actúe así se encuentra en el proceso de reducción de una superposición de estados cuánticos a uno solo mediante la “reducción objetiva” explicación que ya vimos en la entrada “¿Zombis o Fantasmas? II”. El neurofisiólogo John Eccles defiende una interpretación dualista donde mente y materia interactúan. Considera que las dendritas de las neuronas del neocórtex cerebral se agrupan en racimos denominados “dendrones” que terminan en un botón sináptico. Cada uno de ellos contiene una gran cantidad de vesículas con miles de neurotransmisores en su interior que son liberados cuando llega una señal eléctrica. La probabilidad de que suceda es del 25% y depende del indeterminismo cuántico. Eccles piensa que la mente puede cambiar esta probabilidad produciendo posibilidades alternativas y el “yo” podría gobernar los procesos relativos al control de las decisiones y la creación de intenciones.

Para el filósofo Ted Honderich no existe correlación entre la mecánica cuántica y el libre albedrío porque los sucesos cuánticos ocurren por azar por lo que no se puede hacer responsable a nadie de las decisiones que se tomen. Y es que, si el mundo cuántico nos muestra que los sucesos no dependen de causas predeterminadas, lo que quedaría entonces, sería el azar. Pero, si nuestras decisiones fuesen producto de la suerte ¿se puede considerar que somos libres?
(Sígueme a la segunda parte)
Referencias: