¿Hay Algún Alien en la Sala? I

7–10 minutos

¿Nunca te has imaginado, en una noche de verano mirando el cielo plagado de estrellas, que en algún lugar oculto entre esos millones de puntitos brillantes existe un extraterrestre contemplando la belleza del mismo cielo?

La posibilidad de la existencia de vida inteligente en otros lugares del universo es algo en lo que los científicos no se ponen de acuerdo. Para algunos, la vida inteligente es un hecho exclusivo de la Tierra y es muy difícil que se pueda reproducir en otro planeta. Para otros, la vida es un acontecimiento que se puede dar en cualquier parte del universo, por lo que encontrar vida extraterrestre inteligente sólo es cuestión de tiempo. Vamos a averiguar por qué piensan de modo tan distinto unos y otros.

La Tierra es rara de narices

El físico Paul Davis, nos dice que cuando se argumenta que el universo es tan grande que necesariamente tiene que haber vida e inteligencia en algún lugar del mismo se comete el error de confundir un condición necesaria con una condición suficiente. Aunque hubieran billones de planetas como la Tierra eso no garantiza que tengan que estar habitados. Y es que se tendrían que dar en ellos las mismas circunstancias que se han dado en nuestro planeta para que la vida sobreviviera a todos los desafíos en su contra, si no fuera así, de nada sirve que existan tantos planetas habitables. Y todo esto partiendo de que el surgimiento de la vida desde la materia inerte fuera un fenómeno común en el universo, pero no sabemos si esto es así o es producto de una serie de casualidades muy específicas de la Tierra, como pudimos ver en la entrada “Las Fuentes de la Vida”.

El paleontólogo Peter Ward y el astrobiólogo Donald Brownlee publicaron en 2020 la hipótesis de la tierra especial en su libro “Rare Earth: Why Complex Life is Uncommon in the Universe” en ella defienden que el universo es demasiado hostil para que se desarrollen las civilizaciones y sólo podría surgir vida simple. El hecho de que existamos los seres humanos en la Tierra es el producto de una serie de condiciones excepcionales muy difíciles de que se puedan repetir en otro lugar del universo. A pesar de que reconocen que el universo puede llegar a albergar dos billones de galaxias y que puedan existir planetas similares a la Tierra, éstos estarían tan lejos que aunque se viajara a la velocidad de la luz se tardarían milenios en alcanzarlos. Además, la zona habitable de una galaxia es muy pequeña ya que depende de la distancia hasta su núcleo, es decir, cuanto más cerca de éste, menos posibilidades de que pueda haber supervivencia porque suele haber supernovas, agujeros negros y bólidos debido a la intensa acción gravitacional.

En cambio, nuestra galaxia, la Vía Láctea, es inusualmente tranquila con pocas colisiones, lo que reduce el riesgo de originar supernovas, además su agujero negro central “Sagitario A*” no es muy activo. Respecto a nuestro sol, orbita alrededor del centro de la galaxia de forma casi circular sin encontrar obstáculos y solo entra en un brazo espiral (zona peligrosa por su densidad estelar) cada cien millones de años, algo que se ha relacionado con las extinciones masivas que se han producido en el planeta. Además, la estrella del sistema solar debe ser no binaria y estable (como nuestro sol) y el planeta debe situarse ni demasiado lejos ni demasiado cerca de ésta.

Si quieres saber más sobre las coincidencias que se han tenido que dar para que fuera posible la vida en la Tierra puedes ir a la entrada “Bonito Planeta, Nos lo Quedamos”

Por otro lado, astrofísicos como Chris McKay plantean por qué la inteligencia no surgió durante la evolución de los dinosaurios si tuvo suficiente tiempo para que pudiera darse. De hecho un pequeño dinosaurio conocido como Troodon, tenía un coeficiente de encefalización (índice que relaciona el peso del cerebro de las especies según su peso corporal) similar al de un pulpo y vivió hasta su extinción durante 12 millones de años. Sin embargo, la inteligencia humana evolucionó en menos tiempo desde un coeficiente parecido. El astrobiólogo Charley Lineweaver explica que en Australia no evolucionó ningún marsupial inteligente tras 50 millones de años de aislamiento físico. Tampoco sucedió en América del Norte o del Sur, ni en Madagascar, regiones que estuvieron separadas durante más tiempo del que necesitó el cerebro humano en surgir. Si la evolución de los cerebros grandes y la inteligencia fuera posible entonces ésta debería haberse producido más de una vez en la Tierra. Y es que aunque parece que deba existir una ley de la naturaleza que haga que los seres vivos evolucionen a una mayor complejidad y que el cerebro grande y la inteligencia sean su consecuencia, dicha ley no es conocida por la ciencia hoy en día.

Para el biólogo evolutivo Ernst Mayr el hecho de que la inteligencia solo se haya originado una vez en los seres humanos es debido a dos motivos. El primero es porque no es favorecida por la selección natural, lo que es algo contrario a lo que se podría suponer, y es que existen millones de especies que viven sin inteligencia superior. La otra razón es que es muy difícil adquirirla, solo es posible detectarla en cierto grado en animales de sangre caliente como aves y mamíferos, y esto es porque el cerebro necesita energías extremadamente altas.

La Tierra es sólo un planeta igual a otros muchos

La idea de que existe vida extraterrestre inteligente se intenta respaldar mediante el “principio de mediocridad” o “principio copernicano” del que ya hablamos en la entrada “En el ombligo del universo”. Uno de sus defensores más apasionados fue el científico y divulgador Carl Sagan. Este principio, recordemos, intenta demostrar que es errónea la creencia de que poseemos una posición privilegiada en el universo.

El 14 de febrero de 1990, la nave Voyager 1 se encontraba a 1600 millones de kilómetros de Neptuno y dispuesta a abandonar el sistema solar cuando Sagan, miembro del equipo de imágenes de la misión quiso que la nave girara para despedirse de la Tierra y fotografiarla. La foto también captó a Neptuno, Urano, Saturno, Júpiter y Venus. Aquel punto azul pálido, como él lo llamó, se mostraba indefenso, diminuto, muy lejos de ser el centro de nada especial. En su libro “ Un punto azul pálido: una visión del futuro humano en el espacio” describe a la Tierra como “una mota de polvo en la gran envoltura de la oscuridad cósmica”. Esta fue su forma de poner a la humanidad frente a un espejo para revelarle que no es nada especial, que nuestro entorno es frágil y que, somos sólo un planeta más entre muchos que deben existir en el universo.

Imagen captada por la nave Voyager 1 en 1990

Y es que hay tantas estrellas en nuestra galaxia como galaxias existen en universo observable. Por cada grano de arena que existe en cada playa de la Tierra hay 10.000 estrellas. Los científicos calculan que de esas estrellas podría haber unos 500 millones de billones de estrellas similares a nuestro sol. Según un estudio publicado en la revista PNAS de la Academia Nacional de la Ciencias de Estados Unidos sugiere que, entre las estrellas similares a nuestro sol, un 22% podrían estar orbitadas por un planeta similar a la Tierra, lo que se traduce en un total de 100 millones de billones de planetas, esto sería como 100 planetas como la Tierra por cada grano de arena en todas las playas.

Fue el astrónomo Frank Drake quien decidió establecer de forma científica, en 1961, la cantidad de civilizaciones que podría haber tan solo en nuestra galaxia. Para ello creó una fórmula donde se identifican ocho factores que deberían influir en el desarrollo de una civilización interactuando de la siguiente forma:

N = R* · fp · ne · fl · fi · fc · L

El significado de cada parámetro se puede ver en la siguiente imagen:

El número de civilizaciones posible sería el resultado de dividir las estrellas de la galaxia por las que tienen planetas y su resultado por las que tienen planetas habitables, el resultado se divide por las que efectivamente haya surgido la vida y éste por la proporción en que se desarrolló la inteligencia, y éste por las que pueden tener capacidad de emitir señales para buscar otras civilizaciones cósmicas y éste se multiplica por su tiempo de existencia antes de que colapsen por daños autoinfligidos o por causas astronómicas.

Esta fórmula ha sido considerada como una guía para la investigación en el Instituto SETI (Search for Extraterrestrial Intelligence) para la búsqueda de civilizaciones extraterrestres inteligentes. Inicialmente, la cifra que arrojó la fórmula de posibles civilizaciones detectables fue de 10.

Carl Sagan consideraba que el último parámetro “L” era la más difícil de calcular porque no era lo mismo que una civilización tratara de contactar durante 50 o 200 años que otras que pudieran hacerlo durante varios milenios.

Según el astrónomo José Gabriel Funes, exdirector del Observatorio Vaticano, los factores astronómicos de la ecuación son los más fáciles de calcular ya que se sabemos más o menos el número de estrellas de la Vía Láctea, el número de planetas y cuántos podrían estar en la zona de habitabilidad. El número de planetas potencialmente habitables que se maneja es de 300 millones. Los parámetros biológicos y sociales, que son los cuatro siguientes, son más complicados de determinar. Quizás por ello, se han llegado a dar resultados tan distintos como una sola civilización, veinticuatro o diez millones.

(Sígueme a segunda parte)

Referencias: