Albert regresaba de un mal día en el instituto. En su mente resonaban las palabras que el profesor Degenhart le había dirigido en clase: -“nunca conseguirás nada en la vida”- las evocaba, una y otra vez, hiriendo su orgullo y debilitando su autoestima. Avanzaba por calles estrechas de Múnich, débilmente iluminadas por un atardecer que se estremecía entre el frío y la niebla, pero nada parecía hacerle mella en sus pensamientos. Al pasar por un solar abandonado contempló, por el rabillo del ojo, un extraño símbolo tallado en una puerta de madera casi destrozada que daba acceso al lugar. No quería pararse, no quería que nada perturbara su melancolía obstinada, pero la curiosidad tiró de él y le hizo volver sobre sus pasos -aquel dibujo ¡le era tan familiar!- Buscó en el bolsillo del pantalón y sacó un objeto metálico, el amuleto que apareció en su mano hacía siete años. Se lo quedó mirando como si fuera la primera vez, era exactamente el símbolo opuesto al de aquella puerta – “Si yo tengo la llave del universo, ésta debe ser la cerradura” – pensó. Tenía que entrar en aquel solar, que más daba, al fin y al cabo estaba abandonado y el misterio se había apoderado de él, relegado sus preocupaciones a un segundo plano. Se adentró por un barrizal lleno de vidrios rotos y cascotes oscurecidos en cientos de hogueras pasadas. Sobresaliendo entre unos hierros observó un papel que casi se desintegró entre sus manos, tan sólo algunas frases inacabadas permanecían intactas: “En el vacío …” “los rayos del sol…” “…su velocidad nunca cambia”. No era la primera vez que creía ver este mensaje oculto en los lugares más peregrinos. Siguió avanzando y llegó hasta una casa que parecía apunto de desplomarse. En su interior la oscuridad y el moho no invitaba a permanecer mucho tiempo. Un crujido sobre su cabeza le hizo mirar hacia el techo y pintada en una viga pudo distinguir una frase que rezaba: “Las leyes del universo se cumplen siempre, en todo lugar, en toda circunstancia”. Albert salió corriendo, y de repente, resbaló por una pendiente dándose un buen golpe y cayendo a un bosquecillo oculto a primera vista. Al levantarse le sorprendió, asomando tras un árbol, un artefacto azul acompañado de una luz intermitente, una imagen que le hizo remover un recuerdo perdido en su memoria.
La Paradoja Einstein-TARDIS II Cap.1

Albert entró en la TARDIS, su doble puerta estaba entornada y un silencio de abandono se extendía a cada paso. El vértigo que le producía un lugar que era más grande por dentro que por fuera, le alertó de estar viviendo un experiencia que iba a poner en peligro su sentido de la realidad. Miró a su alrededor y contempló la consola en forma de hexágono, las palancas de colores, la columna de luz hasta el gigantesco techo abovedado y comenzó a invadir su mente la imagen del Doctor y aquellas conversaciones sobre la velocidad de la luz, la relatividad de Galileo y el éter. Sintió un pinchazo en el estómago al intuir que las frases que le habían asaltado durante el camino encajaban con ese recuerdo, pero no sabía aún con qué propósito. Bajó las escalerillas rozando los desproporcionados pasamanos tubulares hasta llegar a la galería semiesférica, y allí, en el balconcillo donde tiempo atrás contemplaba las hazañas de un salero graffitero, aguardaba la figura de un hombre alto con levita y manos en la espalda
– ¡Por fin has vuelto, mi aprendiz de genio! – dijo sin moverse- la última vez que te vi eras un niño sabihondo ¿en que te has convertido ahora?- y girándose de repente añadió- ¡ah, ya veo! en un quinceañero aturdido.
– Y yo recuerdo que la última vez que le vi, me contó que mi universo estaba loco, que el tiempo y el espacio eran relativos y que me lo demostraría… pero no lo hizo – le contestó en un emocionado reproche al ver el rostro del Doctor
– ¿Has hecho las tareas que te encomendé?
– He pensado mucho sobre la naturaleza de la luz, y a veces, creo que el universo me envía mensajes, mira- y sacó del bolsillo el trozo de papel que rescató entre los restos de la hoguera: “En el vacío …” “los rayos del sol…” “…su velocidad nunca cambia”
– ¿El universo? ¿No será más bien tu cerebro?- Albert, no se dio por aludido y continuó:
– Si fuera verdad, esa podría ser la puerta que me encomendaste buscar- dijo imitando la ironía del Doctor- si la velocidad de la luz nunca cambiara, si fuera constante, explicaría por qué Michaelson y Morley obtuvieron la misma medición para los dos rayos. Nada puede hacer que la luz vaya más rápida o más lenta, el movimiento de la Tierra no podía aumentar ni disminuir sus 300 mil kilómetros por segundo. Además según el mensaje todo esto sucede en el vacío, nada de éter
– Cierto, la luz es completamente independiente del movimiento y no importa desde qué punto de referencia se mida porque siempre va a tener la misma velocidad ¿Te acuerdas de nuestro Dalek cuando te pedí que imaginaras la velocidad del rayo de la muerte?
– Ahora lo entiendo, no se habría visto influida por la del puente, no tenía sentido aplicar la suma de velocidades de Galileo. Lo único que no cambia, lo único absoluto es la velocidad de la luz
– Y en consecuencia…
– Y en consecuencia ¿que?
– ¡Que el tiempo y el espacio son relativos!- dijo mientras soltaba una de sus risotadas que tanto confundían al Albert
– ¿Y eso por qué?
– ¿Qué por qué? Tu lo has dicho, Albert. Si lo único absoluto es la velocidad de la luz, entonces… todo lo demás debe ser relativo – contestó en tono de burla- El universo tiene que hacer locuras para que su velocidad nunca cambie, al menos eso te parecerá cuando acabe la demostración que tanto esperas. Aunque para empezar tendrás que acompañarme al hangar.
– ¿Hangar? ¿en la TARDIS?- sin molestarse en responder, el Doctor corrió escaleras abajo hasta llegar a un pasadizo empedrado que imitaba con mucho realismo las paredes frías y oscuras de la Edad Media. Finalmente salieron a una nueva habitación abovedada, cuyas luces se encendieron al detectar su presencia, en el centro de ésta, una nave espacial esperaba a ser abordada.
– Esta es Gallifrey Uno- dijo el Doctor con orgullo- un motín de guerra, esto es… un regalo de un viejo amigo… su carlinga es de cristal y su diseño es elegantemente aerodinámico. Perfecta para realizar el experimento en cuestión.
En el interior de la nave apareció la figura inequívoca del Dalek que se paseaba rodante aguardando con inquietud su colaboración en una nueva misión.
– Subamos- dijo el Doctor, y un instante después, los tres se encontraban surcando el espacio sin ningún destino en particular. Una vez estabilizada la velocidad de la nave, a Albert le pareció flotar en el vacío entre las estrellas, entonces el Doctor interrumpió su ensoñación:
– He rediseñado al Dalek para que pueda efectuar dos disparos al mismo tiempo- dijo el Doctor mientras le colocaba un arma en el brazo con forma de chupón- ahora ya está preparado para realizar la prueba. Como puedes observar he situado dos sensores a ambos lados de la nave, uno mirando en el mismo sentido del desplazamiento de ésta y el otro en sentido contrario. Nuestro Dalek se colocará en medio de ellos y disparará dos “rayos de la muerte” al mismo tiempo, cada una de ellos saldrá en dirección a sensor y cuando lo alcance se iluminará una bombilla roja, indicándonos el instante exacto del impacto. ¿Qué crees que pasará?- preguntó a Albert
– Si dispara los rayos al mismo tiempo y las dos llevan la misma velocidad… ¿Qué impactarán a la vez?- respondió sin disimular su burla
– Vale, listillo ¡que comience la prueba! – en ese mismo instante el Dalek se dispuso a cumplir su amenaza y disparó al unísono los “rayos de la muerte” acompañados de su inseparable grito de guerra: “¡Exterminar, exterminar!” y efectivamente, tal y como era de esperar, ambos rayos impactaron en el mismo instante en los sensores, sin otro daño que el resplandor de las bombillas que resultaba realmente molesto
– Es muy fácil saber lo que va a pasar cuando compartes el mismo sistema de referencia del experimento, pero ¿y si repitiera la prueba mientras la observamos desde la puerta de la TARDIS?- A Albert le resultaba complicado comprender en qué cambiaría el resultado por el hecho de estar fuera de la nave y aceptó el reto sin demasiado entusiasmo. Nada más volver a la TARDIS apareció en escena un nuevo personaje, se trataba de un humanoide bajito pero de aspecto bastante forzudo, su piel era verde marrón y su desproporcionada cabeza tenía apariencia de huevo. Con aires de mayordomo inglés y atuendo de la época del muchacho se dirigió sin mediar palabra hacia Gallifrey Uno
– Este es Strax, de la raza Sontarans, especialmente entregado a misiones de trascendencia estratégicas clave. En esta ocasión pilotará la nave para que podamos quedarnos aquí y observar de nuevo el experimento- el extraño ser entró en la carlinga sin volver el rostro, ni reparar en las presentaciones
– ¡Exterminar, exterminar!- se escuchó al Dalek
– ¡Cállate de una vez!- fue lo único que Albert escuchó del mayordomo guerrero
Un rato más tarde, la nave Gallifrey Uno aparecía en el horizonte espacial que el Doctor y Albert contemplaban desde la puerta de la TARDIS. El joven estaba tan asustado por el abismo que se abría delante suya que le costaba trabajo concentrarse en las palabras de su mentor.
– Observa Albert, justo cuando la nave pase por delante de nosotros, el Dalek repetirá los disparos que efectuó cuando íbamos con él, quiero que prestes atención a las luces rojas.
A pesar de la distancia, la transparencia de la carlinga permitía ver con todo lujo de detalles la maniobra del Dalek y cómo, tras el disparo, se iluminaba primero la bombilla de la pantalla situada opuesta al movimiento de la nave y, un instante después, la que se encontraba a favor de éste.
– ¿Cómo es posible?- preguntó Albert alucinado- Pero, si antes se encendieron las dos al mismo tiempo ¿Qué ha pasado?
– Si el Dalek hubiera lanzado canicas en lugar de rayos luminosos podrías haber realizado sin problema la suma de Galileo. Imagínate, la canica sale disparada con su propia velocidad, en sentido opuesto a la marcha de la nave, como va al revés se restan la velocidad de la canica y la de la nave. A la otra canica, que va en el mismo sentido del movimiento, se le suma su propia velocidad a la de la nave, por tanto, una va más deprisa que la otra ¿no es cierto? pero claro, la canica que va al revés se encontrará con la pared de la nave antes, pues debido al movimiento, ésta se precipita hacia la canica y, en cambio, la otra canica tiene que alcanzar la pared que se le “escapa”, pero gracias a la diferencia de velocidad entre ambas, se compensa el trayecto y chocan a la vez en sus sensores ¿lo entiendes?
– Si, pero ¿que ha ocurrido con los “rayos de la muerte”?
-¿Recuerdas que te dije que el universo tiene que hacer locuras para mantener constante la velocidad de la luz? pues aquí tienes la primera prueba. Con la luz no podemos hacer la suma de velocidades de Galileo porque, como sabemos, ésta no puede ir ni más rápido, ni más lento de los 3oo mil kilómetros por segundo, por tanto, no puede compensar su velocidad como las canicas y se encontrará primero con la pared donde está situado el sensor en contra del movimiento de la nave y luego con la que va en la misma dirección, por tanto, primero se ilumina una bombilla y luego la otra.
– Si, pero…
– La locura comienza cuando pensamos realmente en lo que ha sucedido, porque mientras nosotros veíamos cómo las luces se encendían una después de la otra, Strax y Dalek observaban que ambas se encendían a la vez, porque recuerda: para quienes están en el sistema de referencia que se mueve de forma inercial, es como si estuviera parado
– Entonces ¿Quién tiene razón? ¿Cuál es la verdad?
– Todos tenemos razón Albert, porque lo que es simultáneo en el sistema de referencia de Gallifrey Uno, no lo es en la TARDIS; cada sistema de referencia posee su tiempo propio; porque los simultáneo es relativo. Incluso si ahora mismo explotara una estrella ¿crees que todos los habitantes del universo verían el suceso al mismo tiempo?- y diciendo esto, una estrella explotó realmente, quedando una parte del espacio inundado por una nube de colores en distintos tonos malvas. Albert extasiado por la belleza del acontecimiento, le pareció que las partículas formaban la imagen de un gigantesco ojo, y lo miró fijamente mientras balbuceaba filosófico:
– Es como si existieran dos presentes, distintas realidades…
– Pues esto no ha hecho más que empezar ¡Prepárate porque nos vamos!
– ¿A dónde?- preguntó Albert mientras perseguía al Doctor hasta la sala de control
– Tenemos que coger un tren- contestó, y de repente la nave se puso a vibrar y a emitir ese sonido tan especial, preludio de un viaje al fondo de lo absurdo.