– Si no existiera el éter…- comenzó a decir Albert con mucha cautela como si las conclusiones se acumularan en su pensamiento antes que la lógica- no podría propagarse la luz…
– Estaríamos a oscuras- dijo el Doctor irónico- pero ya ves que no
– Sin embargo, las ondas necesitan un medio donde propagarse- insistió Albert
– ¡Ay el éter, el éter! si no existiera habría que inventarlo… ¡nos ha sacado tanta veces de problemas!…
– El interferómetro no registraba variación alguna en la velocidad de la luz… es como si la Tierra… ¡Estuviera parada!
– ¡Y sin embargo, nos movemos!- dijo el Doctor parafraseando a Galileo- Además hay otra cuestión. Antes me hablaste de Maxwell, no hay una autoridad mayor en el campo del electromagnetismo, sus fórmulas sobre el comportamiento de estos fenómenos serán una aportación fundamental para la ciencia. Pues bien, en dichas fórmulas se producen distintos resultados cuando se llevan a cabo en sistemas de referencias diferentes y esto resulta “chocante”, la verdad sólo puede ser una
– ¿Y cuál es?
– Pues ahí está el problema, que Maxwell considera que la razón la tiene aquel sistema que se encuentra completamente en reposo y ese sólo puede ser el éter. Así pues, el éter explicaría el medio por el que se transmite la luz y además sería un sistema de referencia completamente quieto, donde existiría una verdad absoluta
-Entonces… ¿por qué dijiste que el experimento había sido un afortunado fracaso? Mas bien fue un rotundo fracaso
– Desde el punto de vista de Michaelson y Morley lo fue porque fueron incapaces de medir la velocidad de la Tierra respecto al éter, pero desde el punto de vista de la ciencia será un hecho afortunado porque sembrará la duda sobre la existencia del éter y posibilitará que alguien se atreva a dar otra explicación a este galimatías- y se le quedó mirando con los ojos muy abiertos como si quisiera comunicarle que él sería el elegido, pero Albert no se dio por aludido y continuó con sus pensamientos…
– He estudiado en las clases de física del colegio que, según Galileo, no existían los sistemas de referencia absolutos, por eso enunció su principio de la relatividad, entonces… ¿cómo puede ser que ésto no sea así para los fenómenos electromagnéticos?
– No sé, dímelo tú. Tu eres el genio
– Yo no soy un genio, sólo soy un niño secuestrado por un Doctor loco
– Cierto, pero te caigo simpático y te ayudo a razonar por ti mismo ¿no es verdad?- le dijo guiñándole un ojo y añadió- Newton pensaba que la luz estaba formada por diminutas partículas, si fuera así no haría falta el éter… ¿no es cierto?
– Ya, eso también lo he estudiado, pero esa idea se descartó porque si la luz estuviera compuesta por partículas ¿cómo se explicaría que se desvíe cuando se encuentra un obstáculo o que se produzcan interferencias? Eso sólo lo hacen las ondas
– Tal vez la naturaleza de la luz admite más de una explicación, para descubrir la verdad hay que tener la mente abierta, Albert, ¡deja que la luz te ilumine!- El Doctor se fue a un mueble adosado a una pared de la nave y de un cajón extrajo un pequeño amuleto de complicado diseño, se lo entregó a Albert y le dijo:
– Tú abrirás la puerta a los secretos del universo, aquí tienes la llave, pero recuerda que la auténtica está en tu inteligencia. Una vez la hayas abierto, ya nada será lo mismo y nadie se atreverá a cerrarla. Ahora tienes muchos asuntos sobre los que pensar como “¿existen sistemas de referencias absolutos?” “¿es la luz una onda o una partícula? “¿Por qué fracasó el experimento de Michaelson y Morley?” Nos volveremos a ver, Albert- estas últimas palabras resonaron en la mente del pequeño, una y otra vez, mientras la nave volvía a temblar y las luces se apagaban y encendían intermitentemente, provocándole un profundo sueño. Al despertar se encontraba de nuevo en el jardín de su casa tendido en la hierba. Las estrellas titilaban en el cielo nocturno del verano de Múnich. Sintió en su mano un objeto metálico, se lo quedó mirando con emoción y pensó: “Debo encontrar la cerradura del universo”