En la teoría de los “Muchos Mundos” de Everett, a la que nos referimos en la entrada “La Historia Interminable II” comentábamos que, cada vez que se produce una observación cuántica, el sujeto implicado experimenta cada posibilidad a la que de lugar dicha observación, en un universo diferente. Aquí, no hay colapso de onda, los observadores son parte del sistema cuántico, enredándose con él de tal forma que no se puede definir el uno sin el otro. Se encuentran, por tanto, en superposición con ellos mismos, aunque en diferentes universos.
Así, si aplicáramos esta idea al experimento del gato de Schrödinger, y fuese yo quien abriera la caja, observaría un gato vivo y un gato muerto, dependiendo del universo donde me encontrara, pero sólo sería consciente de una de las dos posibilidades. Pero, el hecho de que los observadores estén en superposición consigo mismos plantea un gran problema, porque… ¿Cuál de ellos seríamos?
El propio Everett fue consciente de este problema a raíz de su teoría, haciendo la siguiente analogía sobre la identidad :
La identidad personal se podría definir como aquello nos hace ser lo que somos, aquello que nos hace ser la misma persona en dos momentos de tiempo diferente, aunque todo lo demás cambie. Algunas teorías defienden que poseer una existencia corporal continua es condición suficiente para que la persona sea la misma en el tiempo, pues el ser humano es un organismo biológico y no hace falta una relación psicológica para su continuidad. Pero esta idea no deja de tener situaciones que la ponen en duda, y es que incluso los objetos inanimados pueden no cumplir esta condición. Si queréis ver un ejemplo os invito a que leáis una paradoja muy curiosa denominada “La nave de Teseo” donde se plantea esta idea. Pero incluso la propia persona se va transformando con el tiempo y deja de existir una continuidad física. De hecho, según los científicos, el cuerpo humano se reemplaza completamente con nuevas células cada 7 a 10 años.
Otra perspectiva considera que, es la mente lo que nos hace ser lo que somos, entendiendo ésta como una sustancia inmaterial independiente del cuerpo. Su persistencia en el tiempo, aunque todo cambie, sería una forma de describir la identidad.
Pero volvamos a la física cuántica. Para superar la extraña idea de que los observadores pudieran estar en superposición consigo mismos, surge una nueva interpretación muy similar a la de los “muchos mundos” denominada “Muchas Mentes”.
Fue introducida en 1970, por H.Dieter Zeh; y por los filósofos David Albert y Barry Loewer en 1988. En esta teoría no es el universo el que se ramifica, sino la mente. Cuando ocurre un suceso cuántico, los ojos, el cuerpo y el cerebro de la persona están en un estado indefinido observando todas las posibilidades al mismo tiempo, pero la mente no lo está y elige aleatoriamente uno de los resultados. Para que esto sea posible, cada cerebro debe tener asociadas una infinidad de mentes para que se puedan distribuir según la regla de Born.
La posibilidad de que se experimente una mente depende de su mayor probabilidad en el estado cuántico. Aunque esas mentes comparten un mismo pasado, cada una experimenta un presente y un futuro diferente, sin posibilidad de comunicarse entre sí. Esta interpretación se basa en una teoría dualista de la mente, ya que considera mente y cuerpo cosas distintas e independientes entre sí. Esto se conoce como dualismo radical y nos lo puede describir Descartes:
Referencias:
– Many Mind. Yoav Aviram
– How We Came to Know the Cosmos: Light & Matter. Helen Klus
– Personal Identity- Wikipedia