¿Desaparece el tiempo cuando deja de ser presente? ¿se desintegra como el papel cuando le prendemos fuego o permanece congelado en algún lugar esperando a que lo revivamos? O mejor aún… ¿existe un tiempo futuro que nos atrae irremediablemente sin que podamos cambiarlo? ¿acaso, existimos ya en él?Estas preguntas y muchas más son tan antiguas como el ser humano y, a pesar del “tiempo” que ha transcurrido para encontrar las respuestas, tan sólo hemos conseguido aumentar nuestras dudas sobre este desafiante misterio.
Porque no todo el mundo se pone de acuerdo sobre la cuestión más básica…


Y si no sabes esto… ¿cómo entender qué es el presente, el pasado y el futuro?
No sé si os pasa, pero a mí me enredan mucho las novelas sobre viajes en el tiempo, pues suelen llegar a conclusiones muy extrañas. Y es que, si tratar este tema es de por sí complejo, hacerlo sin el respaldo de algún criterio filosófico conduce a argumentos un tanto absurdos.
Así pues, sed bienvenidos a la FILOSOFÍA DEL TIEMPO
Bueno, tampoco es cuestión de lanzarse al abismo, tan sólo sobrevolarlo para apreciar las tres formas de vista distinta que existe de entender su naturaleza.
Hablemos, entonces, del PRESENTE. El presente es ese instante donde somos conscientes de nosotros mismos y de nuestra relación con el mundo, es muy real y está lleno de vida. Pero, es tremendamente fugaz e imposible de atrapar, como si quisiéramos retener agua entre las manos. Si el pasado fue, pero ya no existe y el futuro será, pero no existe todavía, entonces, lo único que existe es el presente. Esta forma de interpretar el tiempo se conoce como PRESENTISMO. Para esta perspectiva los únicos eventos y objetos que existen son los del presente. Así pues, yo existo, pero Napoleón no. El primer filósofo del presentismo fue Heráclito quien consideraba cada “ahora” como algo único. Para él, la naturaleza estaba sometida a cambio, a devenir, por tanto, no se podía definir nada en ella porque de forma inmediata dejaba de ser lo que era para ser otra cosa.
“Al mismo río entras y no entras, pues eres y no eres”.
Y es que el presente exige una renovación constante de todo cuanto existe, transformación, movimiento, pues de no ser así no existiría flujo de tiempo. Una semilla ayer es un árbol hoy, la noche sigue al día… Ayer, hoy y mañana es el lenguaje de los presentistas.

Otro filósofo importante de esta perspectiva fue San Agustín de Hipona quien no creía en la existencia del pasado ni del futuro porque ninguno de los dos existían en el ahora, tan sólo hablaba de un pasado como “presente de cosas pasadas”, en referencia a la memoria; de un “presente de cosas presentes”, que él llamaba “visión”, y de un “presente de cosas futuras” que equivaldría a la expectativa. Es decir, pasado y presente tan sólo existirían en nuestra alma, mientras que el presente si tendría forma objetiva, sería “el filo de navaja entre el pasado y el futuro”.
El presente, pues, es lo único real, pero surge un problema…
¿Cuánto dura el presente?

Para responder a esta pregunta San Agustín considera cien años y observa que no pueden estar todos presentes a la vez, pues si vivimos en el año primero los noventa y nueve restantes estarían por venir, y si vivimos el segundo serán noventa y ocho los que queden y uno será pasado y así sucesivamente. Y esto mismo serviría para un solo año, pues si estamos en enero el resto de los meses estarían por venir también, y sigue fragmentando el tiempo al día, la hora… hasta que llega a la conclusión de que sólo un instante indivisible de tiempo puede llamarse presente, por lo que no tendría duración, así pues no podría medirse. Y aquí entraríamos en otra característica del presentismo, pues para esta perspectiva el tiempo es independiente del espacio y no posee su misma naturaleza, porque éste tiene tres dimensiones y podemos movernos por el él y saltar en él, mientras que el tiempo, al carecer de pasado y futuro, equivaldría a un punto, sin extensión, limitado sólo al presente.

Además, para el presentista el presente se entiende de forma absoluta, no existe uno distinto para cada observador, por lo que esta perspectiva es incompatible con la relatividad de Einstein (pero, eso lo vemos en la próxima entrega).También tiene problemas a la hora de demostrar el flujo de tiempo, porque al no creer en la la existencia de los eventos pasados ni futuros ¿Cómo pasa el tiempo? Y si el tiempo fluye tiene entonces que moverse respecto a algo, pero ¿respecto a qué se mueve? Incluso debe ir a una velocidad ¿Cuál? ¿un segundo por segundo? ¿Extraño, no? ¿Quién sabe? Lo que si sé, es que para escribir un relato sobre viajes en el tiempo desde la perspectiva del presentismo, no te quedaría otra que pensar un argumento con dirección exclusivamente hacia el futuro (pues recordemos que no existe el pasado) buscando como “congelar” tus constantes vitales porque tendrías que vivir todo el tiempo intermedio que te separa de tu objetivo.
Imposible programar una máquina para viajar a un punto determinado del futuro, porque éste no existirá hasta que no lo alcances con el presente, aquí no valen atajos.
Para terminar esta primera parte, os dejo una escena de la miniserie «Los Langoliers» basada en un relato de Stephen King donde unas terribles bolas dentadas se encargan de «devorar» la realidad cuando ésta se convierte en pasado… «pedazo» de imaginación la del autor, escalofriante
Referencias:
– El concepto de tiempo según San Agustín. Ronald Suter
– La cosmología del siglo XXI. J. Arana, I. Trujillo y otros