La Paradoja Einstein-TARDIS I. Cap.1

A la memoria de mi padre




Londres, estudios de la BBC, en 1963

 
– Vaya, estoy impresionado, son unos guiones muy originales ¿Cómo se te ocurrió el personaje de un Doctor extraterrestre que viaja en el tiempo en una cabina de policía que es mucho más grande por dentro que por fuera?
– Me inspiré en unos dibujos que encontré dentro de un cuaderno que perteneció a Albert Einstein, formaba parte de un lote que adquirí en una subasta junto con otros objetos personales del científico.
– ¿Albert Einstein? Nunca lo habría imaginado
***

Albert caminaba ensimismado con la brújula que su padre le había regalado mientras estuvo enfermo. El movimiento apenas imperceptible de la aguja indicando el norte lo hacía avanzar hacia el centro del jardín, pero en su imaginación atravesaba la selva amazónica intentando huir de una realidad en la que se sentía desgraciado. Soñaba encontrar un lugar oculto donde perderse y no tener que volver a la escuela que le aburría tanto.

De repente apareció rodeada de vegetación y con apariencia de abandono, una caseta azul de rígidas formas geométricas. Su altura de tres metros contrastaba con su base cuadricular de menos de uno y medio. Constaba de dos pares de ventanas pequeñas y cuadradas en cada lateral y una puerta doble que permanecía cerrada desde hacía mucho tiempo, como mostraba la maleza que se había enredado entre sus tiradores. Al arrancarla Albert pudo leer un cartel muy deteriorado que decía:

“Teléfono de la policía.
Gratis para uso público.
Empuje para abrir”
Miró a su alrededor y encontró una piedra que hizo rodar frente a ella, aunque al subirse apenas pudo ver desde la ventana su interior débilmente iluminado. De repente un silbido lo sobresaltó. La caseta comenzó a temblar mientras una luz en el techo giraba intermitentemente. Las puertas cedieron de golpe y el pequeño Albert se deslizó en su interior, engullido por el artefacto.
Tras rodar varias veces se quedó tendido en el suelo, abrió los ojos y sintió que su mundo había desaparecido, que ya no se encontraba en la seguridad del jardín de su casa de Múnich, de aquella noche de verano de 1887. Observó a su alrededor una enorme sala de techo abovedado con vigas de un azul iridiscente y metálico. En su centro se encontraba una consola en forma de hexágono con palancas de distintas formas y colores, engarzada en una columna de luz que se proyectaba hasta el techo. Si no hubiera sido por la época que le tocó vivir, la hubiera identificado como una “nave extraterrestre”, pero sus alucinados ojos infantiles tan sólo lograron parpadear varias veces, intentando creer un hecho inexplicable.
– Bienvenido a mi “casa”, pequeño Albert- dijo una voz con tono sarcástico
– ¿Quién es usted? ¿Cómo sabe mi nombre?- respondió asustado- Al incorporarse pudo ver a un hombre de mediana edad, de piel curtida y mirada traviesa. Vestía levita larga, chalequillo, camisa, un atuendo no demasiado extraño para la época del niño, pero muy extravagante para la de la nave. Mientras le sonreía con la emoción contenida le respondió:
– En el futuro todo el mundo sabrá tu nombre, el mío es Doctor Who
– ¿Y vive en esta habitación?
– ¡Ja, ja, ja! Esto no es una habitación, Albert, es una nave del tiempo, su nombre es TARDIS y yo soy un Señor del Tiempo
– ¡ja, ja,ja! No se puede viajar en el tiempo
– ¿Ah no?¿Y eso por qué?
– No sé … no lo ha hecho nadie, nunca
– Eso es porque no conoces nuestra raza, nosotros podemos ver lo que fue, lo que es y lo que será. Me desplazo a través del continuo flujo espacio-temporal, gracias a la TARDIS
– ¿TARDIS? ¿Por qué se llama así?
– Está formada con las iniciales de “Tiempo y dimensiones relativas en el espacio”
– Pero el tiempo y las dimensiones no son relativas…- empezó a decir Albert pensativo- porque entonces la realidad no tendría sentido…
-¡Ja, ja! No te preocupes, te voy a llevar a un lugar donde suceden cosas muy extrañas- le interrumpió el Doctor Who divertido
– ¿Y dónde está ese lugar?
– En tu universo, Albert… en tu universo- repitió, corrió hacia la consola y activó sus coloridos mandos, entonces la TARDIS se puso a temblar al compás de un peculiar sonido, como si todo su mecanismo interno tarareara la música de una nueva aventura.

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