Resonancia mórfica

  • La Persistencia de la Memoria

    En la entrada «El Misterio de las Formas» comentábamos que, según la hipótesis de la causación formativa, las formas se transmitían mediante los campos morfogenéticos a todos los sistemas, ya sean físicos, químicos o biológicos. Pues bien, siguiendo esta hipótesis, incluso la conducta de los seres vivos se organiza mediante campos, los llamados campos conductuales. 
    ¿ Y cómo actúan?
    Pues, al igual que los morfogenéticos, mediante resonancia mórfica. Es decir, según la hipótesis de la causación formativa, la herencia de la conducta dependería de la herencia genética, de los campos morfogenéticos y de los campos conductuales. Sin embargo, la teoría convencional se opone a la hipótesis de la causación formativa porque ésta considera que la conducta innata (la heredada no la aprendida) depende exclusivamente del ADN. Para entender la diferencia entre ambas se puede recurrir al siguiente símil: cuando escuchamos música por los altavoces de un aparato de radio ésta depende del funcionamiento de los cables, los transistores, los condensadores, las pilas… para la teoría convencional el origen de la música se encontraría en el interior del aparato, obviando que ésta depende de la emisora que se puede estar a centenares de kilómetros de distancia.
    Pero ésta no es la única diferencia entre ambas hipótesis, la otra se refiere a las capacidades aprendidas. Según la teoría convencional, estas capacidades no pueden heredarse, sin embargo, siguiendo la idea de la resonancia mórfica un nuevo patrón de conducta puede aprenderse más fácilmente por miembros de una misma raza, aunque sus miembros se encuentren en distintas partes del planeta.

    Un caso, bien conocido, es el del herrerillo común. Estas aves abren los tapones de las botellas de leche, que los repartidores dejan en las puertas de las casas, y beben parte de su contenido. La primera vez que se detectó el fenómeno fue en 1921, en Southampton. Como los herrerillos no se alejan apenas del nido, al descubrirse que el fenómeno se repetía a más de 20 km de distancia, tenía que ser debido a herrerillos diferentes. El hábito se fue expandiendo con el tiempo por toda Gran Bretaña, conforme pasaban los años existían nuevos lugares donde se producían las aperturas de las botellas de leche.

    También aparecieron casos en Suecia, Dinamarca y Holanda. En este último país, durante la guerra las botellas desaparecieron y ya no volvieron a aparecer hasta 1947, lo que significaba que pocos herrerillos podrían quedar como supervivientes de aquellos que aprendieron esa conducta, pero esto no impidió que comenzaran nuevos ataques a las botellas de leche, en sitios distintos y por muchos individuos a la vez.

    La conducta de un animal recibirá influencia en primer lugar de él mismo en el pasado, después de los animales genéticamente similares que vivieron en el mismo entorno, y más inespecíficamente, de aquellos que vivieron en entornos distintos. Tanto la conducta heredada, por ejemplo, la capacidad que tiene una araña recién nacida de tejer una tela aunque nunca haya visto una araña o una telaraña, como la aprendida, como la de los herrerillos, dependen de los campos mórficos.
    En los seres humanos sucede igual. Cuando empezamos a desarrollar determinadas habilidades físicas, como nadar o tocar el piano, sintonizamos con los campos mórficos y el aprendizaje se facilita por resonancia mórfica de nuestros profesores, pero también, de otras muchas personas desconocidas que han realizado esas actividades con anterioridad.

    Pero la influencia de la experiencia pasada no sería posible sin la memoria. Para la teoría convencional la memoria depende de trazas materiales, para la causación formativa no, puesto que, mediante resonancia mórfica, el pasado puede influir de forma directa en el presente, entonces…

    ¿Se guardan los recuerdos en el cerebro? 
     
    Durante muchos años se ha estado intentado encontrar las trazas de memoria en el cerebro. Hoy por hoy, las hipotéticas trazas de memorias, no solo no se han encontrado, sino que su naturaleza sigue siendo un misterio. Pero, si los recuerdos dependen de los campos mórficos, no tienen que almacenarse en el cerebro, se obtendría mediante resonancia mórfica del pasado del organismo. Así, si el cerebro resultara dañado, los campos mórficos podrían reorganizar las células nerviosas de otra parte del mismo para que realizaran las funciones de la parte dañada.
    Referencias:

    – Una nueva ciencia de la vida. Rupert Sheldrake
    – La presencia del pasado. Rupert Sheldrake

  • El Misterio de las Formas

     
     
    ¿Os habéis preguntado alguna vez la importancia que tienen las formas de las cosas que nos rodean?
     
    Aunque este planteamiento pueda parecer algo trivial, si las cosas no tuvieran un diseño específico no podríamos distinguir unos objetos de otros. Así, nuestro mundo está lleno de árboles, piedras, letras, gatos… que reconocemos gracias al aspecto que poseen, pero, ¿comprendemos realmente qué son las formas? 
    Todas las cosas poseen unas características propias que pueden ser medidas como su masa, su energía, su temperatura, podemos saber la proporción que posee de determinados elementos químicos, etc. pero, ¿podemos hacer lo mismo con sus formas? 
     

     

    La forma está unida a la materia, pero ésta no basta para explicarla. Por ejemplo, reconocemos una cuchara por su aspecto, pero las cucharas pueden ser de madera, de acero, de plástico… y esa misma materia puede servir para dar forma a otros objetos como a un tenedor. Por otro lado, si reducimos a cenizas un objeto, la cantidad de materia y energía se conserva, pero la forma desaparece totalmente. Es decir, la materia y la energía pueden estar presentes de muy distintas maneras por lo que no sirve para explicar el concepto. Las formas, pues, sólo pueden reconocerse directamente.

     

    Forma de jirafa y.. ¿perro?

    Su descripción y clasificación es el objetivo de muchas ramas de la ciencia. La única manera de representarla es mediante fotos, dibujos, diagramas o modelos, pero no existe una fórmula matemática exacta que nos explique la forma de una jirafa o de un perro. Y si la descripción de las formas estáticas es un problema matemático, ni que decir tiene la descripción de los cambios que se producen en los organismos vivos hasta desarrollar su forma, es decir, la morfogénesis.

    La manera en que los organismos vivos adquieren su forma compleja a partir de huevos fertilizados es hoy en día un misterio. Para los seguidores de la corriente mecanicista (véase «En busca del alma perdida») el origen de las formas debe encontrarse siempre en la materia, es decir, dentro del huevo fertilizado.

    En el siglo XVII los preformistas pensaban que dentro de éste se encontraba una versión reducida del organismo adulto. Pero esta teoría se demostró errónea. Para los teóricos neodarwinianos y los genetistas la herencia debía explicarse, igualmente, en términos materiales. La forma, los instintos o todo aquello que pueda heredarse debía estar contenido en los genes, ya que no podía estar en otro lugar. Sin embargo, se sabe que si bien la presencia o ausencia de un determinado gen puede influir en la estructura de un ser vivo esto no prueba que los genes determinen la forma, es decir, no existen genes para unas características determinadas. Entonces

     

     ¿son suficientes los genes para explicar la forma? ¿y si influyeran determinadas causas inmateriales?
     
    En el otro lado de la polémica, el embriólogo vitalista Hans Driesch, afirmó en 1900 que, existía “algo” que actuaba sobre el organismo, que no era parte material del mismo y que guiaba el desarrollo de los seres vivos hasta alcanzar las características de su especie. Aunque los genes eran los “medios materiales” el orden de éstos se debía a este factor inmaterial al que denominó “entelequia” basándose en Aristóteles. Sobre los años veinte, los organicistas crearon un concepto más preciso al que denominaron campo morfogenético. En 1981, el biólogo Rupert Sheldrake se basó en la idea de estos campos para su hipótesis denominada “causación formativa” sobre la que profundizaremos a continuación.
     
     
     
    Un campo es una región donde existe una influencia que no es material, es decir, los objetos que se encuentran en él sienten la influencia del campo sin que exista ningún contacto físico. Por ejemplo, nosotros nos encontramos influidos por el campo gravitatorio terrestre que se extiende por todas partes, éste hace que las cosas tengan peso y que los objetos caigan al suelo, sin embargo no lo podemos ver, ni oír, no es algo material y ejerce su acción a distancia (no lo podemos tocar). Pues bien, los campos mórficos (campos morfogenéticos dentro de la causación formativa) se comportan igual, pero su misión es dar forma y organizar todos los sistemas, no sólo los biológicos, sino también los sistemas físicos y químicos. Por lo que habrá un campo morfogenético para los protones, para las moléculas de agua, para los riñones de las ovejas, para los elefantes… Pero lo curioso, es que estos campos están influenciados por formas similares anteriores, es decir, la forma de un sistema no se encuentra predeterminada en su primera aparición, pero una vez adoptada la primera forma ésta se repetirá a los sistemas posteriores. Pero…
     
    ¿Qué es lo que determina la primera forma entonces?
     
    Para Sheldrake no existe respuesta científica a esta pregunta porque la ciencia sólo puede ocuparse de los fenómenos que se repiten. La elección inicial de una determinada forma puede ser producto del azar, de una creatividad inherente a la materia o de una instancia creativa trascendente, pero cualquier caso estaría en el terreno de la metafísica. Por lo que la forma inicial de la materia sigue siendo un gran misterio.
     
    Hemos dicho que los campos mórficos influyen sobre la forma de los sistemas futuros como si se tratase de una memoria, pero …

     

    ¿Cómo lo hace? 
    Gracias a lo que Sheldrake denomina  resonancia mórfica, pero…
     ¿Qué es la resonancia?
     
    Todo cuerpo o sistema tiene una frecuencia de vibración natural que depende de la masa y de la forma en que ésta se distribuye alrededor del centro de gravedad. Si al aplicarle una vibración coincide con su frecuencia natural se produce un efecto denominado resonancia que haría vibrar de forma progresiva. Por ejemplo, la vibración de una cuerda tensa en respuesta a determinadas ondas sonoras, la sintonización de un receptor de radio con la frecuencia de la onda emitida… 
     
     
     
     
    La resonancia mórfica se parece a estos tipos de resonancia porque tiene lugar entre sistemas oscilantes. Átomos, moléculas, cristales, células, tejidos, órganos, organismos… están compuestos por partes que vibran a un ritmo característico. 
     

     

    Otra característica de la resonancia es el principio de selectividad. Este se produce cuando el sistema sólo responde a una combinación de determinadas frecuencias. Por ejemplo, un aparato de radio reacciona sólo a la frecuencia con la que lo sintonizamos de entre todas las ondas de radio que le llega. Igualmente la forma tiene un efecto resonante a través del espacio y del tiempo de forma similar a dicha selectividad. Gracias a ella la forma de un sistema (estructura interna y frecuencia vibratoria) se plasma en cualquier sistema posterior.

     

     

    Por ejemplo, un embrión mientras se desarrolla entra en resonancia mórfica con los miembros anteriores de la especie, sintoniza con los campos de ésta que conforman su desarrollo. Cuanto mayor sea el número de miembros de una especie mayor es la influencia que ejercen porque ésta se acumula. La resonancia mórfica no trasmite energía, sólo información. No se ve influida por la separación temporal o espacial y podría ser igualmente eficaz a través de miles de kilómetros como de un centímetro y de un siglo como de un segundo. Las formas de los sistemas del pasado se hacen automáticamente presentes en los sistemas posteriores semejantes. 

     

     

    Imaginemos una sustancia química que nunca haya existido con anterioridad. Según la hipótesis de la causación formativa no se puede saber que forma tendrá cuando cristalice puesto que todavía no existe para ella ningún campo morfogenético. Pero cuando lo haga la forma adoptada influirá en las cristalizaciones posteriores de la misma sustancia mediante resonancia mórfica. Por lo que es posible que la primera vez cristalice con dificultad, pero en las siguientes ocasiones será más fácil por el efecto que los cristales anteriores irá acumulando en su campo morfogenético.

     

     

    También sucede que una forma de cristalización sea reemplazada por otra de forma misteriosa. Por ejemplo, el ritonavir era un fármaco empleado para el SIDA de Abbott Laboratories, al año y medio de su comercialización apareció un polimorfo (otra forma distinta en la que puede cristalizar un determinado compuesto)  que sustituyó al anterior. Aunque la fórmula química era la misma en ambos, sus diferencias estructurales provocaban que los pacientes no lo absorbieran bien, por lo que tuvo que ser retirado del mercado. Una explicación al porqué desaparece un polimorfo es que las nuevas forman sean termodinámicamente más estables y reemplazan las antiguas. Cuando no existía ninguna no pasaba nada, pero cuando se forman nuevas más estables éstas se difunden por todo el mundo sustituyendo a las viejas. Según Rupert Sheldrake estos fenómenos apoyan la hipótesis de la resonancia mórfica.

     
    Rupert Sheldrake nos introduce sobre el concepto de campo mórfico
     

    Referencias:

    – Una nueva ciencia de la vida. Rupert Sheldrake

    – La presencia del pasado. Rupert Sheldrake


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